Este gobierno es impetuoso y altisonante con los débiles y complaciente y sumiso con los poderosos.
El rifirrafe del gobierno con Naciones Unidas, a raíz del informe presentado la semana pasada por Alberto Brunori, el representante en Colombia de la Alta Comisionada para los Derechos Humanos, es apenas otro –no fue el primero ni será el último– incidente en la extensa lista de desaciertos de la atropellada política exterior de esta administración, llena de irregularidades e inconsistencias.
En este año y medio, Iván Duque se ha caracterizado por usar la diplomacia de manera discrecional para posar de impetuoso y altisonante con los débiles y actuar complaciente y sumiso con los poderosos. Por ejemplo, a Venezuela y a Cuba no han hecho más que mostrarles los dientes, aduciendo –con razón, hay que decirlo– que se trata de gobiernos que no respetan los derechos humanos, ni el derecho a disentir ni la libertad de prensa y, donde, además, las elecciones son fraudulentas o manipuladas por cada régimen.
Pero, paradójicamente, todo eso que Duque y sus cancilleres y embajadores detestan y les critican a estas naciones latinoamericanas es perfectamente tolerado, o ignorado, cuando se trata de un coloso como China, un país totalitarista, donde la democracia brilla por su ausencia. ¿Dónde están las denuncias contra Xi Jinping por la persecución a los periodistas independientes o por los centenares de presos políticos? ¿Cuándo van a promover un muro diplomático contra ese país que permite que sus obreros sean tratados como esclavos? ¿Qué esperan para exigirle al gobierno chino elecciones libres y con supervisión de observadores internacionales?
Por supuesto, como se trata de una de las dos potencias más ricas del planeta, nuestro gobierno no sólo no se atreve a alzar la voz ante las autoridades chinas, sino que el Presidente viaja a rendirles pleitesía y hacerle ofrendas florales al mausoleo de un tirano como lo fue Mao Zedong. Y no contento con eso, celebra las multimillonarias inversiones del gigante asiático en nuestro país, que cada día invade más y más sectores de nuestra economía, como la infraestructura, la minería, las comunicaciones y el comercio electrónico, entre otros renglones.
Contrasta la diplomacia benevolente que Colombia aplica con China y la arrogancia con la que trata a Venezuela y a Cuba.
En resumidas cuentas, resulta muy llamativo ese contraste entre la diplomacia benevolente que Colombia aplica en el caso de China y la arrogancia, e incluso la altanería, con la que tratan a Venezuela y a Cuba. Y aunque esta actitud parece absurda y algo grotesca, la cosa no se queda ahí.
Una de las razones por las cuales el propio Duque se fue lanza en ristre contra el mencionado informe de Brunori fue la supuesta intromisión en nuestros asuntos internos, por sugerir que la Policía pasara a depender del ministerio del Interior en vez del Defensa o por recomendar que se le hiciera una reingeniería al Esmad. No obstante, en vez de discutir o revisar con calma estas propuestas, el presidente prefirió salir a descalificar el informe al tiempo que sus alfiles ponían el grito en el cielo y planteaban la expulsión de la ONU del país.
Sin embargo, un par de días después, a todos ellos les pareció de lo más normal que Donald Trump prácticamente le ordenara a Duque –en el encuentro que sostuvieron en Washington– que empiece cuanto antes la fumigación aérea de los cultivos de coca; exigencia de la cual nuestro mandatario tomó atenta nota. Ahí sí no hubo presidente ni canciller ni congresistas ni nadie que hablara de injerencias externas; ni se acordaron de la soberanía nacional ni nada de eso.
Otra vez, los más altos exponentes de la precaria diplomacia de Duque agachan la cabeza, sin inmutarse, ante una potencia extranjera. ¿Y la dignidad? Eso es lo de menos, ya aparecerá alguna entidad de cooperación internacional o un pequeño país caribeño con el cual sacarse el clavo. Ahí están pintados.